Un homenaje a Felipe Díaz Reyes

01/04/2019
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Un homenaje a Felipe Díaz Reyes

A los melómanos nos cuesta poco identificarnos. Basta con reconocer, mientras caminas por los pasillos de la Escuela, unos acordes musicales cercanos, una melodía fácil de tararear, y que oyes salir de un despacho cuya puerta abierta invita a pararse y preguntar “¿Esa canción no es de Pat Metheny?”

Sin responder todavía, una sonrisa bajo unas gafas asomaba entre el bigote y la barba, como asintiendo a la pregunta para luego finiquitar con un “¡efectiviwonder!”

Por aquel tiempo ya hablábamos de montar una bien gorda en la Universidad con la excusa del jazz, crear una Big Band, o un festival de jazz canario, o una academia permanente de música.

Fotos de Fernando Toscano y Felipe ReyesA finales del 2006, Felipe me propuso impulsar una iniciativa en el seno de la ULPGC. Ni más ni menos que dotarla de un aula cultural centrada en el Jazz y la Música Actual. Un espacio para el fomento de la cultura musical moderna desde nuestra Universidad, y apoyado en tres pilares: la formación a través de cursos, talleres y clases magistrales; la programación de conciertos, y como tercer pilar, impulsar la creatividad musical desde la propia Universidad por medio de un local de ensayo.

No era descabellado pensar que la empresa gozaría de aceptación, pues partiríamos de un universo de varias decenas de miles de personas, entre alumnado, personal de administración y servicios, y profesorado. ¿Cómo no iba a haber personas con sensibilidad musical entre nosotros?

El saxofonista catalán Llibert Fortuny hizo los honores del concierto inaugural el 13 de abril del año 2007, y sería sólo el primero de una hilera de eventos que llenaron de color y calor musical muchos rincones de nuestra Universidad, de manera ininterrumpida durante los 11 años siguientes hasta el concierto homenaje que la ULPGC le brindó en otoño de 2018 a cargo de Lucy Woodward, último que él personalmente se encargó de gestionar antes de su partida.

Hasta aquella fecha, la ULPGC había mantenido una apuesta moderada por la música moderna, organizando conciertos de manera esporádica desde el Vicerrectorado de Cultura, pero sin una política clara de continuidad. Al mismo tiempo, el Paraninfo del Rectorado era requerido de manera discontinua por programadores, organizaciones y grupos musicales para exponer propuestas que estaban siendo desaprovechadas para constituir una marca universitaria propia. Y, además, algunas Facultades y Escuelas tenían su propia agenda cultural musical que estaba desligada completamente de la del Vicerrectorado.

Al hacer este repaso, me doy cuenta de la necesidad que albergaba, no sólo la comunidad universitaria sino la sociedad insular, de un proyecto como el del Aula de Jazz, pero que hubiera sido imposible sin un líder del calibre de Felipe.

Él disponía de una visión clara del proyecto, y esa claridad le fue otorgada por la inmensa cultura musical que disponía, no sólo de horas de audición, sino también de conocer literatura, historia y biografías de gentes que habían dado su vida por el jazz.  

Entender y disfrutar de este estilo surgido como ave fénix, de unas cenizas que afloran tras cientos de años de diáspora y esclavitud, para devolvernos lo mejor del ser humano en forma de una canción, de una voz rasgada, de un solo de guitarra, de una atronadora sección de metales interpretando un arreglo de velocidad vertiginosa, o de un sonido de saxo que deletrea una balada lenta y arrastrada.

Felipe era un auténtico embajador. No se permitía así mismo que alguien le plantease no entender el jazz sin que supusiera un auténtico envite para él. Si tras conocerlo se te ocurría admitir que no eras capaz de aguantar escuchar jazz por más de un minuto, a la semana te había preparado un disco variado de canciones, perfectamente adaptadas a tu oído, de escucha fácil y hasta con recomendación del momento ideal: un blues para ver la lluvia tras la ventana un domingo de otoño por la tarde, una balada vocal para despertarte con la persona amada o funky rítmico y marchoso para quemar la noche del viernes.

Pero además Felipe derrochaba alegría y empatía. Siempre me admiraba lo fácil que le resultaba hablar de cualquier tema en relación con la música, ya fuera el discurso armónico, melódico o rítmico de cualquier artista, transmitiendo mucha confianza a sus interlocutores, aunque se tratase del mayor virtuoso, y eso ocurría porque no dejaba nunca de ser humilde, con ganas de aprender, de disfrutar de cada minuto de compañía de tantas y tantas estrellas que pasaron por el Paraninfo de la ULPGC y otros altares que fuimos descubriendo con el tiempo.

Se dice que, ante un duelo por la pérdida de un ser querido, conviene saber identificar las etapas emocionales que se avecinan, para poder evitar sentirse superado por las mismas, y saber ser paciente a que llegue la última, la aceptación.

Aceptar también es tender puentes de amor hacia el recuerdo de las personas que se fueron pero siempre estarán ahí.

Perdimos mucho al marcharte.

Demasiado.

Debemos impulsar en la sociedad todo aquello que nos enseñaste. Te lo debemos.

Hasta siempre camarada.

 

Firma:

Fernando Toscano fue miembro del Personal de Administración y Servicios de la ULPGC desde 1989 hasta el año 1998, y desde entonces es profesor del Departamento de Cartografía y Expresión Gráfica en la Ingeniería, habiendo impartido docencia en varias titulaciones de la Escuela de Ingenierías Industriales y Civiles, así como en la Escuela de Arquitectura, la Facultad de Geografía e Historia y la Facultad de Ciencias de la Educación. Junto a Felipe creamos el Aula de Jazz y Música Actual de la que fui secretario entre los años 2007-2011 y 2013-2018.